dfotw: (guardiola)
[personal profile] dfotw
Título: Secretos (Primera parte)

Summary: a veces, la mejor parte de guardar secretos es cuando otros los descubren...
Pairing: Pep Guardiola/Leo Messi, Carles Puyol/Gerard Piqué
Advertencia: Slash.
Rating: PG-13.
Palabras: un poco más de 12,000.
Disclaimers: esto no es cierto, es fruto de imaginación, y no pretendo hacer que nadie me crea ni mucho menos me dé dinero por esto.


A/N: escrito, as usual, para [livejournal.com profile] miss_black91, y beteado por ella misma. ¡Gracias, cielo!




Secretos





Hay muchas cosas de las que Pep no habla. Muchas cosas que no le dice a nadie (ni a Tito, ni a Manel, ni a Cristina). Secretos que guarda para sí mismo, pequeñas vergüenzas que no quiere compartir, ideas locas de las que no quiere que nadie se ría, e incluso pensamientos por los que aún sus más cercanos amigos lo condenarían.

Así que para Pep, acostumbrado a guardarse las cosas para sí, un secreto más no es nada para su conciencia; ni siquiera un secreto de esta magnitud.

Leo sale de los vestuarios, recién duchado después del entrenamiento de la mañana, y la sonrisa de Pep no es ni más amplia ni menos de lo que debería ser. Y si sus manos tiemblan un poco al atraer al argentino hacia sí para un rápido abrazo… y si sus ojos se cierran cuando apoya su mejilla (sólo un segundo) sobre el cabello húmedo del joven futbolista… y si aún después de que Leo se haya ido le parece que puede seguir oliendo el aroma cálido de su piel… bueno, Pep no se lo dice a nadie, así que nadie se lo echa en cara.



Leo ya no es un niño. Ya no es el adolescente que se sonrojaba cuando veía a alguien que le gustaba, y al que se le iba la voz cuando ese alguien le dirigía la palabra.

Cuando ve a Pep esperando fuera de los vestuarios, aunque el corazón le da un brinco en el pecho, sólo sonríe y se deja llevar hacia uno de esos abrazos rápidos que el entrenador prodiga entre sus jugadores. Y si cierra los ojos y aspira con fuerza, para sentir el calor y olor de Pep rodeándolo aunque sólo sea un segundo… y si su brazo se tensa alrededor de la estrecha cintura de su entrenador…. bueno, nadie lo está viendo, así que nadie se lo puede reprochar.



Sólo que alguien los ve. Alguien que no debería haber estado allí, alguien que estaba pendiente sólo de sus cosas, pero que no puede evitar ver lo que pasa en esos momentos desde su posición privilegiada detrás de una esquina.

Carles retrocede hasta el campo, donde se había quedado atrás haciendo unos ejercicios extras. Intenta decirse que no es cierto, que sus ojos lo engañan, que su imaginación le juega malas pasadas. Intenta no pensar en la expresión, a medias resignada y a medias esperanzada, de Pep, con los ojos cerrados y la mejilla apoyada en la cabeza de su delantero estrella. Intenta no recordar el brillo en los ojos de Leo y la sonrisa en sus labios al marcharse rumbo al comedor, como si hubiese recibido la Champions, el Balón de Oro y una tableta de chocolate, todo a la vez.



Puyol llega tarde a comer. Piqué sabe que se ha quedado a terminar los ejercicios para su espalda cuando los demás se han ido, pero Puyi siempre es de los más rápidos en ducharse y vestirse (no tarda horas frente al espejo peinándose los rizos, a diferencia de otros, entre los que se incluye el mismo Gerard), así que le extraña tanta demora. Y le extraña aún más verlo comer en silencio, con la mirada perdida en su ensalada, sin participar en la conversación.

-¿Todo bien, Puyi? –le pregunta con aire jovial al salir del comedor. Pregunta porque tiene que saberlo, aunque no sabe qué podría decir si Carles (su amigo, su capitán), le dijese que no.

-Sí… -responde Puyol, sonriendo un poco, aunque el gesto se desliza de sus labios inmediatamente-. Eh… ¿tienes un minuto?

Piqué no sonríe porque ve que el tema es serio, pero está deseando hacerlo, porque Puyi va a pedirle ayuda a él. ¡A él! No ha llamado a Xavi, ni a Iniesta, ni ha ido a consultarlo con Pep o Tito… ¡ha ido a pedirle ayuda a Gerard Piqué!

-Claro, claro –asiente, esperando que no se le noten demasiado las ganas de ayudar.

A su lado pasa un grupo rumbo, como ellos, al aparcamiento, así que su conversación se ve interrumpida por despedidas y bromas.

-¿Puedes venir a mi casa? –pregunta Carles entonces, mirando a su alrededor con desconfianza; Piqué lo imita, pero no ve más que a compañeros remoloneando antes de marcharse a casa, y a gente del equipo técnico.

-¡Claro! –dice, antes de que Puyi cambie de idea.



No está muy seguro de lo que está haciendo. Sólo sabe que necesita hablar de lo que ha visto con alguien y que Geri ha sido el único que ha notado su distracción. Además, mientras conduce hacia su piso con el coche de Piqué siguiéndolo por las calles de Barcelona, Carles se recuerda que Geri conoce a Leo desde que ambos eran niños, así que en realidad es la persona idónea a consultar.

Y si además eso significa que pasarán un rato solos, sin nadie que los interrumpa, sin distracciones que hagan que Gerard aparte la vista de él… bueno, eso es una ventaja añadida, y no tiene por qué saberlo nadie.



Geri se explaya en el sofá y acepta la oferta de una cerveza que le hace Puyol. Mientas su anfitrión va a la cocina, Piqué aprovecha para mirar a su alrededor y curiosear un poco. Sólo ha estado en el nuevo piso de Puyi para la fiesta de inauguración, y no puede menos que sentirse un poco orgulloso de que su capitán lo que haya invitado de nuevo y le haya dicho que puede sentirse como en casa.

Sea lo que sea que Puyi necesita, Gerard va a hacer todo lo posible por ayudarle, por demostrarle que puede confiar en él, que es más que el bromista de los vestuarios; y si esto hace que Carles lo vea un poco más como a un adulto, como a un igual, tal vez como algo más… bueno, Gerard no va a quejarse.



Carles sale de la cocina con dos latas de cerveza fría, y se queda un momento en la entrada del salón, mirando.

Gerard está sentado (despatarrado, más bien) en el sofá, jugueteando con una cajita de madera que Keita le trajo como regalo a Carles desde Malí después de sus últimas vacaciones; parece tan relajado, tan cómodo, que Carles se permite soñar un momento con un futuro en el que esto sea lo que vea todos los días, en el que Gerard sea una presencia constante en su casa (y en su cama), en el que lo que haya entre ellos sea más que bromas y conversaciones sobre fútbol.

-Aquí tienes –dice, tras aclararse la garganta, y se apresura a ofrecerle una de las cervezas.

La sonrisa de Gerard es enorme, brillante, y sus ojos azules no se apartan en ningún momento de Carles mientras recibe la cerveza y se inclina hacia delante, como para escucharle mejor aunque Puyol, que se ha dejado caer en uno de los sillones y juguetea distraídamente con su cerveza, no dice nada.

-… bueno –dice Piqué por fin, impaciente como pocos-. ¿Qué pasa?

-Es acerca de Leo –le dice Carles.

Gerard se pone serio, se yergue un poco, y Carles se pregunta si se da cuenta de lo mucho que se comporta como un hermano mayor con Leo (y con Cesc, y con Bojan, y con Marc).

-¿Le pasa algo? No me ha dicho nada…

Carles hace un gesto de indecisión. ¿Le pasa algo? ¿Es estar enamorado de su entrenador ‘algo’? ¿Es que su entrenador parezca corresponderle ‘algo’? ¿Es que ninguno de los dos se dé cuenta de los sentimientos del otro ‘algo’?

-¿Sabes si…? –Carles se aclara la garganta y lo intenta de nuevo; no debería ser tan difícil-. Vamos, ¿sabes si a Leo le van los tíos?

Carles se arrepiente del tono de su pregunta incluso antes de terminar de hacerla. Gerard se echa para atrás de repente, como si le hubiesen abofeteado y su rostro, siempre tan expresivo, se vuelve de piedra.

-No… no es que me parezca mal –se apresura a asegurarle Carles, porque si a alguien no le va a parecer mal es a él, que se comería al hombre sentado frente a él a besos-. Es sólo que… he visto algo y… me preguntaba…

-¿Qué has visto? –La voz de Piqué baja, rápida, y Carles siente, por su postura tensa, que está a dos palabras de salir corriendo del piso e intentar arreglar el escándalo antes de que suceda.

-Gerard, tranquilo –le dice, con el tono de voz que utiliza a veces en el campo de juego-. No pasa nada. No se va a enterar la gente del Marca, ni del Hola.

Sin mirarlo, aunque relajándose un poco, Gerard suspira.

-¿Qué has visto? –repite.

Y Carles no le ha llevado hasta allí, no ha comprobado su lealtad a Leo, para ahora no decírselo, así que le cuenta a Piqué, con el tono más neutro posible, lo que ha visto antes de la comida. Por un momento piensa decir que ha sido sólo Leo el que parecía afectado por el encuentro, pero la honestidad le puede y termina hablando de Pep también.

-Así que es Pep… -Gerard se ríe por lo bajo, aunque parece cualquier cosa menos divertido-. Mierda… -Y después, volviéndose hacia Puyol y mirándolo sólo un segundo, añade-. Y sí, a Leo le van los chicos… desde siempre. Pero si no se lo cuentas a nadie, mejor.

-Claro que no se lo voy a contar a nadie… ¿qué crees, Geri, que a mí no me importa Leo?

-No, claro… -Gerard suspira otra vez, toma un largo sorbo de su cerveza y se pasa una mano por la cara-. Es sólo que… siempre hemos intentado… no sé, proteger a Leo, supongo… y esto, esto puede ser peor para él que cualquier defensa rompe-piernas…

Carles asiente, sin darse cuenta de la expresión de amargura que cruza sus ojos, o los de Gerard.

-No se lo voy a decir a nadie… y Pep, incluso si llegara a enterarse…

Los dos defensas intercambian una mirada de entendimiento. Ni siquiera estando solos van a hablar de lo que todos saben y nadie dice; son demasiados años guardando secretos.

-Pero… -continúa Carles, y Gerard de nuevo se tensa, se prepara para lo peor-. Me preocupa Leo… quiero decir, ¿crees que esto puede… no sé, distraerlo, deprimirlo…?

-Leo juega mejor cuando es feliz… si por algo sabía yo que había alguien que le gustaba es por cómo ha estado jugando últimamente… y está acostumbrado a que no le hagan caso, a no tener lo que quiere… mientras Pep no lo rechace…

-No creo –dice Carles sin pensarlo, recordando la expresión de Pep esa tarde, y los cientos de gestos de afecto que ahora, sabiendo lo que sabe, ve de forma tan distinta.

Gerard se muerde el labio inferior mientras piensa y Carles se distrae de la discusión que están teniendo por las ganas de ser él quien lo muerda, quien lo bese.

-Carles… -El oír su nombre dicho por esa voz, en tono apagado, casi íntimo, despierta a Puyol de golpe, y se apresura a beber su cerveza y fingir que no estaba mirando los labios de su amigo.

-¿Sí?

-¿Tú crees que Pep… bueno, que Pep va a hacer algo?

-No –Carles está sacudiendo la cabeza con aire decidido incluso antes de terminar de entender la pregunta-. Pep… Pep se cortaría la lengua antes que decirle nada a Leo, se cortaría las manos antes que hacerle daño… o se iría…

-Otra vez. -No es una pregunta.

-Sí… -Carles responde-. Se iría otra vez.

Piqué juguetea con su lata de cerveza durante un minuto.

-No es que me parezca del todo bien… -dice de repente-. Quiero decir, es nuestro entrenador y el entrenador de Leo, y puede ser un lío, pero… si hiciera algo… bueno, es de las pocas personas a las que no me importaría ver con Leo…

Carles se repite esas palabras varias veces antes de admitir que sí, Piqué está diciendo lo que él cree que está diciendo.

-¿Te gustaría que Pep y Leo… estuvieran juntos? ¿Te parecería bien?

Gerard se cruza de brazos, súbitamente defensivo.

-Leo se merece tener a alguien. Después de tanto tiempo escondiéndose, de tantas veces que ha tenido que quedarse callado… y Pep es un gran tío. Tú lo has dicho, no le haría daño a Leo, y… quiero decir… -La expresión y el tono de voz de Piqué se suavizan de repente-. Joder, ¿cuántas veces va Leo a encontrar a alguien que le quiera así? No es justo que tenga que desperdiciar una oportunidad cómo esta…

Carles no sabe qué responder a esto. Por una parte está la vertiginosa sensación de saber que, aunque estén hablando de Pep y Leo, Gerard le está diciendo algo más: que no le importa que uno de sus mejores amigos sea homosexual, que lo apoya, y que incluso está dispuesto a facilitarle una relación. Por otra parte, la idea de que Piqué vea una relación entre dos futbolistas (o entre futbolista y entrenador) como factible es a la vez fascinante y aterradora; desde siempre, Carles ha pensado que es un imposible, como jugar al 100% todos los partidos o no alegrarte un poco cuando pierde el Real Madrid, y ahora se encuentra con que no, con que es posible y, mejor aún el que se lo está diciendo es justamente el hombre con el que le gustaría intentarlo.

Gerard deja la lata vacía de cerveza sobre la mesa y se ríe.

-Además, tío, igual Leo juega aún mejor así… ¿te imaginas? No nos ganaría ni dios…

Carles no puede más que reírse también, y la tensión que sofocaba la habitación se desvanece, y son de nuevo Puyi y Geri, tomando unas cervezas y haciendo bromas, el drama y las preocupaciones olvidados de momento.

Pero el tema es demasiado urgente, demasiado delicado, como para que Carles no sienta que tiene que hacer algo más.

-Geri, ¿podrías…? No sé, ¿podrías hablar con Leo, tal vez?

La cara que hace Piqué es como si su capitán le hubiese pedido ir a Madrid a pedirle disculpas por anticipado a Cristiano Ronaldo por marcarle durante El Clásico.

-¿No podemos esperar a que Cesc venga de visita? –dice rápidamente-. Es que… macho, yo soy un desastre para esas cosas. ¡A Cesc se le da mucho mejor! Por eso Wenger lo eligió como capitán, ¿sabes?

-Y, ¿cuándo vendrá Cesc?

A Carles le divierte, a pesar de la seriedad de la discusión, el aire concentrado de Geri mientras hace cuentas.

-… ya. Tienes razón. Hablaré yo con Leo –responde por fin, seguido de un profundo suspiro-. Espero no meter demasiado la pata…

-Lo harás bien –le asegura Carles, que además quiere decirle que animar a sus compañeros no se le da tan mal como piensa, y que es por eso que tanto él como Pep como el resto del barcelonismo piensan en él como futuro capitán del Barça; no se lo dice (al final la prudencia gana la partida), pero lo piensa.




A pesar de las expresiones de ánimo de Puyol, y del recuerdo de la tarde pasada en su piso, viendo la tele y hablando de cosas que no tenían nada que ver con el tema que los había llevado allí, Gerard se siente de todo menos optimista el día siguiente durante el entrenamiento.

No ha sucedido nada fuera de lo normal, y a pesar de eso…

Gerard tiene ganas de darse una bofetada, o de pedirle a Abidal que se la dé (Eric probablemente lo haría sin hacer muchas preguntas). Debería haberse dado cuenta antes (*mucho* antes) de la forma de actuar de Leo cuando Pep está presente; debería haberse preguntado las razones por las frecuentes sonrisas del argentino, el porqué de su entusiasmo en los entrenamientos; debería haber hablado más con él últimamente. Pero había estado demasiado ocupado intentando acercarse a Puyi (a Puyi, al que la idea de dos tíos juntos parecía molestarle, por mucho que dijese que no) para ser el buen amigo que todos piensan que es, para cuidar de Leo como Cesc cree que está haciendo.

Ese día, en vez de concentrarse en que su pelo quedase perfecto, Gerard se da prisa después de ducharse y alcanza a Leo camino al comedor.

-Eh… ¿podemos hablar un momento? –le pregunta, sin atreverse a mirarlo y preguntándose si ya, aún antes de comenzar la conversación, habrá metido la pata.

-Sí, claro –responde Leo, tan tranquilo que a Gerard se le ocurre que todo es un tremendo malentendido-. ¿Qué pasa, che? Te ves preocupado…

-No, no es nada. –Gerard mira a su alrededor para comprobar que nadie puede escucharlos-. Leo… ¿te gusta Pep?

El argentino, que había estado mirando a su amigo con curiosidad, deja caer su mirada al suelo y se encoge de hombros débilmente; un momento más tarde, vuelve a mirar a Piqué con los ojos muy abiertos por el pánico.

-¿Se me nota? –le pregunta en un susurro, como cuando eran niños en La Masía.

Gerard niega con la cabeza para calmarlo, pero algo en su expresión debe desmentirlo, porque Leo se pone aún más nervioso.

-¿Creés que Pep…? –susurra, aferrándose al brazo de Piqué con fuerza.

-No –responde el defensa, con la seguridad nacida de que Puyol se lo hubiese dicho el día antes-. Pep no se ha dado cuenta. En serio. Prometido.

Leo se calma al escuchar eso, suelta el brazo de Gerard, mira de nuevo al suelo.

-Pero vos sí…

-Y Puyi –dice Gerard, que desde siempre ha sido tan malo para mentirle a sus amigos que prefiere ni intentarlo-. Pero no pasa nada. A Puyi no le importa.

-¿No? –pregunta Leo-. ¿Y por eso es que lo habló con vos, y ahora vos lo estás hablando conmigo?

Geri hace una mueca; Leo nunca le ha dejado pasar ni una.

-Está preocupado por ti –se defiende-. Y… no sabía cómo hablar contigo.

-No tiene que preocuparse –dice Leo, con un gesto de amargura-. Vos lo sabés, Geri, sabés que no voy a hacer nada… igual, Pep ni me hace caso…

Gerard se pregunta si Leo realmente cree eso. Él generalmente se mantiene alejado de internet (son sorprendentes las cosas que alguna gente puede llegar a escribir por ahí sobre cualquiera que sea mínimamente famoso), pero al volver a casa del piso de Puyi puso “guardiola messi” en el Google Images y pasó el resto de la noche preguntándose cómo los demás no veían nada fuera de lo normal en esas sonrisas, en esos abrazos, en esas miradas. Si no fuera porque conoce a Leo, porque conoce su humildad, esa inocencia que ha sobrevivido tantas cosas, le resultaría difícil creérselo.

-Sobre eso… -Gerard no sabe si está tomando la decisión correcta, pero no soporta ver a Leo tan triste-. Eh, Leo… Puyi y yo creemos que… bueno, que a Pep también le gustas…

Leo resopla, un poco enfadado.

-No seas boludo, che…

-Lo digo en serio, Leo.

Messi lo mira durante un minuto largo, y Gerard le devuelve la mirada, intentando que Leo le crea, que lo entienda.

-Estás loco –le dice Leo con una risita nerviosa, apartando la mirada y frotándose la nuca-. Vos y Carles, están locos los dos… ¿cómo van a creer que Pep…?

La llegada de un grupo de jugadores al comedor los interrumpe; Gabi llama a Leo para que tercie en una discusión que está teniendo con Pinto, y Pep entra un momento después, hablando con Tito.

-Sólo… fíjate, ¿vale? –le pide Gerard a su amigo, mientras hace gestos para apaciguar a Gabi.

-Lo decís como si no me fijara en él todo el rato –masculla Leo que, efectivamente, está mirando a Pep por el rabillo del ojo.



Por mucho que Leo refunfuñe y se queje, la verdad es que le importa muchísimo lo que piense Gerard, así que no puede descartar sus palabras como si nada, por más que esté seguro de que tanto él como Puyol se equivocan; y quiere descartarlo, quiere probarle a Geri que se equivoca, porque lo último que quiere es hacerse ilusiones y, después, verlas hechas trizas a sus pies. Está acostumbrado a no ser correspondido, y por eso mismo está acostumbrado a no esperar nada; es su sistema de defensa y no quiere prescindir de él.

Porque después de todo es Pep, Pep Guardiola, el hombre más carismático, atractivo, inteligente y afectuoso que Leo ha conocido; y Leo… Leo Messi, aparte de lo que hace en el campo de juego con el balón en los pies, no es nadie.

Así que durante la primera parte de la comida, se dedica a mirar su sopa y su ensalada, y dejar que Dani hable por los dos; pero apenas ha llegado el segundo plato a su mesa y Gabi ya le está preguntando en voz baja si está bien, así que Leo hace un esfuerzo y alza la vista de su plato e intenta participar en la conversación.

El problema es que, si mira al frente, justo por encima del hombro de Rafa puede ver a Pep, que gesticula animadamente mientras habla con uno de los fisios; no es casualidad, por supuesto: Leo escogió su sitio en el comedor con total premeditación al comienzo de la temporada pasada, y ahora se arrepiente un poco, porque ahora que ve a Pep, no deja de escuchar dentro de su cabeza la voz de Geri (“a Pep también le gustas”) y, sobre todo, volver a ver la cara, medio avergonzada y medio incómoda, pero flagrantemente sincera, de su amigo.

Gerard nunca le mentiría. Y aún menos Puyol.

Leo mira hacia un lado, hacia la mesa donde los catalanes discuten algo a voces, y ve a Carles mirarle; durante un instante, el defensa parece avergonzado, pero después le sonríe a través del comedor, mira en dirección a Pep, y vuelve a sonreírle a Leo.

Tras ese intercambio sin palabras (que tranquiliza bastante a Leo, que llegó a temer que, a pesar de las optimistas palabras de Geri, a Puyol no le hubiese sentado bien saber lo suyo), su mirada vuelve a verse atraída hacia Pep. Hacia Pep, que está mirando hacia su mesa (Dani, Jeffren y Pinto han estallado en carcajadas, lo que ha llamado la atención de todo el comedor) y que, en el mismo instante que su mirada se cruza con la de Leo, aparta la vista y parece dedicarle toda su atención a lo que está contando Tito.

Usualmente, Leo bajaría la vista hacia el mantel en ese momento y haría ejercicios de respiración para no sonrojarse (truco que Juanjo le enseñó cuando estuvieron en Argentina), pero Geri le ha dicho que se fije, y Leo tiene que fijarse, así sólo sea para demostrarle a su amigo que está equivocado. Así que ve las manos de Pep crisparse alrededor de un trozo de pan, y lo ve volver a mirar en su dirección, y volver a apartar la vista al cruzarse con sus ojos, y beber un poco de agua, y juguetear con su comida, y dar un salto en la silla cuando Tito llama su atención.

-Dejadlo, que debe estar soñando como ganamos la Champions en el Bernabéu –oye que dice Gabi, después de que Dani ha intentado llamar su atención tres veces-. Si no, no me explico esa sonrisa…




Pep se agita en su asiento, intentando parecer interesado en lo que dice Tito y no en la salida más cercana. ¿Por qué lo está mirando Leo? ¿Por qué lo está mirando y *sonriendo*? ¿Es por lo mismo que todos los de su mesa se están riendo de esa manera? ¿Se estarán burlando de su entrenador? Pep no los culpa, si ése es el caso; es normal que un grupo de muchachos como ése necesite válvulas de escape, y reírse un poco de la autoridad siempre viene bien, pero aún así… el que lo entienda no quita que a Pep le duela, le duela ser demasiado mayor, demasiado rígido, demasiado anticuado, demasiado estricto para que Leo le sonría con algo más que afecto teñido de sorna.

Piqué también le mira, y la paranoia de Pep está a punto de dispararse; discretamente mira hacia abajo para comprobar que su ropa esté bien, y se pasa una mano por la cara, en caso de que tenga algo y nadie haya querido decírselo. Pero todo parece normal, salvo el hecho de que siente más que ve los ojos de Leo fijos en él todo el rato, algo que lo desespera y lo emociona (y lo desespera *porque* lo emociona) a partes iguales.

Hasta que, casi al final de la comida, una idea hace que la sangre se le enfríe en las venas.

¿Se habrá dado cuenta? ¿Será de eso que sus compañeros de mesa se ríen? ¿Estará el secreto de Pep en labios de todos (no sería la primera vez)?

-¿Pep? –pregunta Tito, en voz baja.

-Móvil –dice Pep, por decir algo, y se lleva la mano al bolsillo y sale a toda prisa del comedor, sintiendo como vuelven a alzarse fantasmas de su pasado que ya creía superados.




Carles come concienzudamente, como el deportista profesional que es, asegurándose de que está tomando todos los nutrientes que necesita para rendir al máximo. Pero en cuanto termina de tragar el último bocado, y de beber el último sorbo de agua, se disculpa y sale del comedor.

No merece seguir siendo el capitán del Barça, si es así de ciego. ¿En serio ha necesitado quién sabe cuánto tiempo para darse cuenta de lo que está sucediendo frente a sus narices? ¿De las miradas de Leo (de todo menos sutiles, por dios, se pregunta cómo el chiquillo se las ha arreglado hasta ahora para que no lo descubran)? ¿De la patente inquietud y distracción de Pep?

Se está recriminando su ceguera cuando prácticamente se tropieza con Pep, que está apoyado contra la pared, mirando al suelo.

-Pep, ¿estás bien? –pregunta Carles.

-Sí, perfectamente. ¿Ya has terminado de comer?

-Sí, sí…

Los dos hombres se quedan en silencio un momento, allí, en medio del corredor.

-Pep.

Carles se muerde la lengua, pero ya lo ha dicho. Se acaba de dar cuenta de que ha enviado a Geri a hablar con Leo, pero no ha hecho lo que sería tanto justo como necesario, que es aprovechar su cercanía con el entrenador, y su posición de capitán, para hablar con Pep.

-¿En mi despacho? –sugiere el de Santpedor.

Carles asiente y ambos caminan hacia allí en silencio, cada uno perdido en sus pensamientos.

-Dime, Carles –dice Pep, una vez sentado tras su escritorio, con la puerta cerrada y Carles instalado en la silla de visitantes.

Puyol lo mira y se da cuenta de que nunca ha visto a su entrenador tan… ‘triste’ no es la palabra; quizás resignado; quizás asustado (sólo un poco); pero es demasiado tarde para echarse atrás.

-Es acerca de Leo –dice, por segunda vez en dos días.

Ve a Pep tragar saliva y hacer un gesto que le indica que continúe, pero Carles sigue callado; no quiere sonar acusador, ni enfadado, ni traicionado, pero tampoco sabe exactamente qué tono emplear. Tal vez debería haber esperado hasta saber exactamente qué quería decirle a Pep, pero la oportunidad se ha dado tan de repente...




Pep es tan incapaz de romper el silencio como de soportarlo. Está seguro de que Carles está buscando la mejor manera de decírselo, y le gustaría ahorrarle el esfuerzo y simplemente confesarlo todo, salvo que el nudo que le ocupa la garganta se lo impide.

-A Leo le gustas.

Pep ve en el rostro de Carles un reflejo pálido de la sorpresa que debe estar pintada en el suyo. Lo que acaba de decir el defensa…

-¿Qué? –pregunta, su voz débil.

-Tal vez no debería habértelo dicho –se preocupa Carles-. Pero…

-Estás… estás equivocado. –Pep se da cuenta de que está sacudiendo la cabeza y aferrándose a los brazos de su silla de forma que sus nudillos sobresalen, blancos, sobre el cuero negro-. Leo… Leo me respeta, soy su entrenador, pero…

-Pep. –En ese momento Carles no es el jugador, ni siquiera el capitán; es un amigo, con una sonrisa comprensiva y ojos suaves-. Míralo, alguna vez. Quiero decir, realmente míralo.

El defensa se pone de pie y se dirige hacia la puerta; con la mano en el picaporte, se vuelve a mirar a Pep, que sigue con la misma expresión de sorpresa absoluta.

-¿Y Pep? Cuida a Leo, por favor… tú más que nadie sabes que se merece lo mejor.




-Puyi… ¡Puyi!

Carles pega un salto cuando siente una mano posarse sobre su hombro y detener su fuga hacia el gimnasio.

-Puyi, tío, creo que he metido la pata –dice Geri inmediatamente-. Creo que deberíamos haber esperado a Cesc. Creo que… ¿Puyi?

-Yo sí que he metido la pata.

Los dos se miran un momento y después, de común acuerdo, buscan un rincón tranquilo donde hablar.

-¿Qué ha pasado? –pregunta Piqué-. ¿Qué has hecho? No creo que hayas metido la pata, tú no haces eso…

-He hablado con Pep.

Carles, a pesar del horrible sentimiento de culpa que siente por haber traicionado el secreto de Leo, no puede menos que sonrojarse un poco al ver como lo mira Gerard, con tanta admiración en sus ojos como si acabase de detener a tres delanteros, cruzar el campo, y después marcar el gol que les dará el Mundial.

-Hala… ¿qué le has dicho?

Y hasta aquí llega el cálido sentimiento de orgullo; Gerard va a matarlo cuando sepa lo que le ha dicho a Pep.

-Pues… básicamente… le he dicho que puede que a Leo… ya sabes, que puede que a Leo le gustase y…

-¡Perfecto!

Esa no es exactamente la respuesta que Carles estaba esperando.

-¡Yo le he dicho a Leo lo mismo! –dice el más joven con una sonrisa enorme, de las suyas, de esas que hace que Carles se olvide de todos y de todo lo que no sean las ganas de besarle-. Pensé que había metido la pata, pero ahora veo que no… claro, si tú se lo has dicho a Pep, y yo se lo he dicho a Leo… sólo hay que darles tiempo… creo, vamos, no creo que sean *tan* ciegos…

Huh. Eso tiene sentido, incluso. Carles siente que el sentimiento de culpa y el pánico se encogen en su estómago. Puede que, después de todo, haya hecho lo correcto. Puede que, después de todo, Pep y Leo sólo necesitasen alguien que les dijese lo que es evidente. Puede que, contra todo pronóstico, las cosas terminen bien.

-¿Apostamos algo a que Leo es el primero en decir algo? –propone Gerard con los ojos brillantes y la sonrisa irresistible a la que Carles no sabe decirle que no.

-Nah, seguro que Pep lo llama a su despacho antes –dice, más para seguir el juego que porque realmente crea que Pep va a sacudirse el estupor pronto.

-Te apuesto una caja de Coronitas y el DVD de la peli de Millenium esa que te gustó.

-Trato hecho.

Se dan un apretón de manos para sellar la apuesta, y Carles se dice a sí mismo que no debería sonreír tanto.



Pep no duerme esa noche. Después de pasar la tarde ahogándose en trabajo, al llegar a casa se encierra en su estudio con un vaso de whisky, diciéndole a Cristina que tiene cosas en las que pensar; ella le sonríe y lo deja ir, como tantas veces ha hecho ya.

Los temores y las esperanzas corren tan de prisa en su mente que no puede separar los unos de las otras. Lleva años sin permitirse la más mínima ilusión, dando por sentado que lo que tiene (que no es poco, dos hijos adorables, una amiga en la que puede confiar para todo, el trabajo de sus sueños) es todo lo podrá tener. Lleva años sofocando ese lado de sí que tanto dio que hablar, que tanto cambió su vida, que recuerda tan claramente cada vez que ve a Manel sonreír, pero que había asumido que ya estaba fuera de su alcance. Lleva años armándose una coraza para que ahora llegue Leo, con su sonrisa y sus ojos brillantes, y la destroce, y llegue después Carles, incómodo pero sincero, y le dé el golpe de gracia.

Piensa en muchas cosas. En renunciar, coger a su familia e irse muy lejos (ofertas no le faltarán), donde pueda resguardarse de la tentación; en hacerse de hielo, decirle a Carles que se equivoca, y nunca más mirar a Leo (pero si pudiese hacer esto, ya lo habría hecho antes); en pasar por una gasolinera antes de ir a trabajar al día siguiente, y recibir a Leo con un ramo de rosas (y que sea lo que Dios quiera). Sueña, también, con un futuro donde pueda tenerlo todo (Leo, sus hijos, su trabajo); se permite el lujo de, por cinco minutos, imaginarse que la prensa, el público, y las autoridades deportivas no se lanzarían a hacerles la vida imposible si decidiesen no esconderse.

Pero no tarda en volver a la realidad, a la realidad donde las palabras de Carles son un error (bienintencionado, tal vez, pero aun así un error), y donde, por mucho que se fije (y a veces pareciese que no hace otra cosa que fijarse), Leo nunca le mirará como Pep quiere que le mire.

Hay veces en que Pep se dice que es mejor que las cosas sigan como están. Le debe tanto a Leo (si no fuera por él, Pep cree estaría entrenando en Segunda, como mucho) y, más importante aún, lo quiere tanto que no le parece justo, ni aún en el caso en que Leo realmente lo deseara, atarlo a alguien como él, con su edad, con sus neurosis, con sus defectos, con todos los obstáculos que tendría una relación de ese tipo. Leo merece cosas mejores, merece alguien que pueda besar en público, una chica de sonrisa amplia que sepa ver más allá de los goles y la fama, que le ofrezca ese refugio del fútbol que Pep no podría (no sabría cómo) ofrecerle.

Así que Pep se reconcilia con su silencio, con sus máscaras, con sus mentiras, se despide de sus locas esperanzas, y recibe el amanecer con la resignación pintada en la sonrisa.




Leo tampoco duerme. Da vueltas en la cama, una y otra vez, hasta que mantas y almohadas terminan en el suelo. Se siente como si estuviese vibrando de la emoción de, por primera vez, sentirse correspondido. “A Pep también le gustas”, escucha una y otra vez en su cabeza, mientras vuelve a recordar a Pep mirarle (y, aún más importante, no mirarle, sonreírle, abrazarle, susurrarle al oído).

¿Será cierto? Leo no puede dejar de sonreír. ¿Será cierto? Y, aún si lo es, ¿será posible?

Leo no es tan ingenuo como muchos creen. Tiene a sus padres, sus hermanos, y sus amigos para protegerlo del mundo exterior, pero aún así, sabe muchas cosas. Sabe que la vida para alguien como él (futbolista profesional y gay) nunca será fácil o, por lo menos, no en el futuro cercano. Sabe que querer a Pep (e incluso, que Pep lo quiera) puede no ser suficiente. Pero sabe, también, que tiene ahora una oportunidad que no ha tenido nunca antes y que puede que no vuelva a tener nunca más, y no sería él (el campeón, el crack) si no estuviese decidido a aprovecharla.

No va a ser fácil, pero eso nunca ha detenido a Leo Messi.


Segunda parte...


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